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La Navidad como un regalo para los pobres – Punto nodal de la cristología del Verbo humanado desde una perspectiva cusmaniana

El ritmo anual de las celebraciones navideñas corre a menudo el riesgo que este tiempo pase como una rutina, hasta el punto de aplazar la dimensión del misterio o incluso anularla. Es para no sucumbir a esta tentación y para saborear mejor la Navidad que he creído oportuno compartir con todos mis reflexiones actuales sobre el sentido de la Navidad como regalo a los pobres, punto nodal de la cristología del Verbo humanado en la perspectiva cusmaniana.

Para empezar, hay que destacar que Cusmano despliega en sus numerosas cartas un cristocentrismo absoluto, donde sitúa a Dios en el centro como la razón misma de la vida. Siendo Dios el todo de la vida, cualquier pretensión de una vida sin Él sólo puede ser autodestructiva para el ser humano. Cusmano escribe al respecto en una carta: «Dios mío, Tú lo eres todo para mí. No quiero nada más que a Ti solo y para poseerte a Ti solo renuncio a todo, te doy mi alma, mi cuerpo, mis potencias y mis sentidos. Te deseo en cada momento de mi vida y para poseerte por un solo instante estoy feliz de perderlo todo”[1].

Esta primacía de Dios en Cusmano se basa en el misterio de la Encarnación, es decir, explica Falzone, la comprensión de Cristo como el Verbo de Dios «que se encarna, sufre y muere por los pecadores, pero que permanece con nosotros en el sacramento de la Eucaristía y se hace presente de manera muy especial en el ‘sacramento’ de los pobres”[2]. Este es el misterio que constituye el eje tanto del pensamiento teológico y espiritual de Cusmano como de su actividad caritativa. Sin embargo, para designar este misterio, Cusmano utiliza la fórmula «Verbo humanado» en lugar de la clásica «Verbo encarnado». De hecho, según él, «Jesucristo es el Verbo humanado […]. Tomó un cuerpo y un alma como los que tenemos nosotros, y así, se hizo hombre sin dejar de ser Dios. Él, siendo Dios consustancial al Padre, se rebajó a nuestra miseria y la hizo suya; y haciéndola suya, tomó sobre sí todas las penas que nos correspondían, y sufrió todo por nosotros, para aliviarnos del menor sufrimiento y enriquecernos con todos los tesoros de su gracia”[3].

¿Cuál puede ser entonces el significado teológico de esta fórmula «Palabra humana» con la que Cusmano designa el misterio de la encarnación? Quisiera recordar que el término «incarnatio» fue utilizado por Ignacio de Antioquía y desarrollado por Ireneo de Lyon en sus respectivas reflexiones sobre el pasaje clave del Prólogo de San Juan: «Y el Verbo se hizo carne» (Jn 1,14). En una de sus Catequesis, el Papa emérito Benedicto XVI señala que la palabra «carne» en este texto indica, en su significado judío, «el hombre en su totalidad, todo el hombre, pero precisamente bajo el aspecto de su transitoriedad y temporalidad, de su pobreza y contingencia”[4]. Esto nos lleva a afirmar que San Juan quiso indicar que la salvación ofrecida por Dios en este misterio concierne al ser humano concreto y total, tanto en sus alegrías como en sus miserias. Esta iniciativa de Dios sólo tenía un objetivo: la filiación divina del hombre. El mismo Benedicto XVI explica: «Dios asumió la condición humana para sanarla de todo lo que la separa de Él, para permitirnos llamarle, en su único Hijo, con el nombre de «Abba, Padre», y ser verdaderamente hijos de Dios. San Ireneo afirma: «este es el motivo por lo cual el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: para que el hombre, entrando en comunión con el Verbo y recibiendo así la filiación divina, se convierta en hijo de Dios’” [5]. De ello se deduce que el Verbo se hizo carne, gratuitamente y según una lógica del exceso, asumiendo la condición temporal y contingente del hombre, con el único fin de salvar la naturaleza humana reconciliándola con Dios.

En este proceso se perfila un doble movimiento. En primer lugar, en la perspectiva descendente, está el movimiento de Dios hacia el hombre, al que sigue, en la perspectiva ascendente, el movimiento del hombre hacia Dios. Al final de este doble movimiento de descenso y elevación, el ser humano se salva en la medida en que, al asumir la humanidad, el Verbo lo diviniza, permitiéndole así tener una relación y comunión filial con Dios.

Cusmano tiene ciertamente en mente esta doctrina del Verbo encarnado y no parece desconocer las polémicas cristológicas y trinitarias del pasado. Sin embargo, sigue siendo hijo de su tiempo y vive en un siglo, el XIX, en el que la piedad y la devoción están marcadas por un pronunciado cristocentrismo y orientadas hacia la Encarnación como obra del amor gratuito de Dios que sitúa al hombre ante la necesidad de una respuesta de la misma naturaleza, es decir, restituyendo amor con amor. Por ello, Cusmano despliega su pensamiento siguiendo las huellas de San Vicente de Paúl que, como señala Falzone parafraseando a Mezzadri, «había centrado su espiritualidad cristocéntrica con la adhesión a Cristo Verbo encarnado, en la experiencia interior y en la práctica de la vida, en relación con el prójimo, con los pobres sobre todo que lo representan” [6].

Este entorno proporciona a Cusmano la base para su contemplación del misterio del Verbo. En la fórmula «Verbo humanado», conecta en una simbiosis el Logos eterno juanico (Jn 1,1-3) y el Cristo de la kenosis (Flp 2,6-11), es decir, el Jesús que permanece unido al Padre en el Prólogo y el Crucificado del himno paulino donde el Salvador toma la condición de esclavo. Además, el recurso a esta fórmula permite a Cusmano recuperar el perfil del Siervo sufriente de Isaías y la figura de Jesús como el Siervo que permaneció fiel a su Padre hasta la muerte por la salvación del ser humano. Cusmano explicita este pensamiento diciendo que, en la kenosis, el Verbo, «consustancial al Padre, se rebaja a nuestra miseria» y nos da «este espectáculo de amor, humillándose hasta nuestra bajeza»; Él, el Verbo eterno, desciende y rebaja «su naturaleza infinitamente rica» para unirla a nuestra «naturaleza infinitamente pobre” [7].

En el movimiento ascendente se confirma la finalidad pro-existencial de la kenosis, porque el Verbo se humanizó para «hacerse cargo de todos los sufrimientos y enriquecernos con los tesoros de su gracia”[8]. La humanización del Verbo, por tanto, va seguida de la divinización del hombre, y este hombre es el pobre al que el Verbo humanizado levanta de la basura y el débil al que levanta del polvo «para hacerlos sentar con los nobles y darles un trono de gloria» (1Sam 2,8). Cusmano subraya a este respecto que Cristo «bajó de las alturas del cielo a la condición miserable del hombre, tomó sobre sí las miserias de todos, hizo suyos los sufrimientos y las penas de todos […] para abrir a los pobres pecadores el camino del perdón y el gozo del Paraíso”[9]. Resulta así evidente que, desde el punto de vista de Cusmano, la humanización del Verbo tiene como terminus ad quem a los Pobres. La iniciativa parte de Dios que desciende al hombre en su integridad, bajo el aspecto de su transitoriedad, su pobreza o contingencia, para elevarlo a Él. De este modo, se desbarata cualquier deriva autorreferencial del ser humano para elevarse solo hacia Dios; es el Verbo quien se humaniza en primer lugar y a continuación se produce la divinización del hombre.

De este modo, se deducen dos aspectos importantes de la contemplación de la Navidad o del misterio del Verbo humanado: la asunción plena de los sufrimientos de la humanidad y la precedencia del ejemplo sobre el anuncio. En el primer aspecto, el Verbo humanado muestra compasión y emoción ante la miseria moral y material de la humanidad y se ofrece como modelo de solicitud, ternura y caridad. La humanización del Verbo se convierte entonces en un proceso de donación o caridad sin límites que todo cristiano, en particular los llamados a servir a los pobres, debe imitar al máximo. Por eso, en Navidad estamos llamados a aceptar primero el don que somos y luego a entregarnos a los demás.

En el segundo aspecto, tenemos una opción metodológica que consiste, como explica Civiletto, en «combinar el anuncio y el servicio juntos» porque, en Jesús, estos dos términos «están indisolublemente unidos», aunque el propio Jesús «puso como premisa ‘la práctica en la teoría’”[10]. Cusmano cita varios episodios del Nuevo Testamento en apoyo de esta opción metodológica del Verbo humanado. Este es, en primer lugar, el caso del Juicio Final (Mt 25,31-46) que se basa en las obras de misericordia y no en «teorías vacías, desvinculadas de la práctica» porque Él, el Verbo humanado, «Sabiduría eterna del Padre quiso unir, o mejor dicho, anteponer la práctica a la teoría, ‘coepit facere et docere’”[11]. Es también el caso de la multiplicación de los panes (Lc 9,11-17), donde «Jesús partió el pan para dar de comer a la multitud, y confió a los Apóstoles la misión de ayudarles y servirles: Vos facite illos discumbere, vos date illis manducare[12]. Es el caso, finalmente, de los Discípulos de Emaús (Lc 24,18-35) que habían reconocido a Jesús, no en la explicación de las Escrituras, sino al partir el pan. En resumen, Jesús comenzó con el hacer y continuó con el anuncio. Inspirados en este método, según la enseñanza de Cusmano, «si queremos dar a conocer a Jesús, debemos empezar, no por el docere, sino por el facere. A las almas no le basta el escuchar”[13]. Este es el verdadero sentido de la Navidad como regalo a los pobres; este es también el novum del Bocado del Pobre, que se fundamenta en el misterio del Verbo humanado y que debería establecerse, no sólo en Navidad, sino en todas partes como paradigma social contra la globalización de la indiferencia.

En definitiva, afirmar que el bocado del pobre se fundamenta en el misterio del Verbo humanado equivale a fundarlo en la cristología del don. La humanización del Verbo es una garantía para nosotros como pobres, a quienes el Señor asegura: «No teman, pequeño rebaño, porque su Padre ha querido darles el Reino» (Lc 12,32). Es, por tanto, la novedad de esta sorprendente y excesiva gratuidad de la obra realizada por Dios en el Verbo humanado lo que Cusmano pretende resaltar y que debe servirnos de guía en este tiempo de Navidad. En la ofrenda de un bocado se trata siempre de la caridad de Jesucristo, que se manifiesta en el don total que hizo de sí mismo en beneficio de todos los hombres, y en particular de los pobres. Por eso es obvio que, como el Doctor de la Ley en el episodio del Buen Samaritano, nos diga a ti y a mí: «Ve y haz lo mismo» (Lc 10,37) en esta Navidad.

Los mejores deseos de una Santa Navidad para todos y ¡Viva Jesús!

P. Romain Ntumba Tshimbawu, SdP.


[1] G. Ajello (ed.), Lettere del Servo di Dio P. Giacomo Cusmano, Fondatore del Boccone del Povero, I/1: (1864-1884), Boccone del Povero, Palermo 1952, 145.

[2] M.T Falzone, Storia e spiritualità cusmaniana, II: La Vita Nuova, Centro Studi e Animazione Cusmaniana, Palermo 2003, 107.

[3] G. Ajello (ed.), Lettere del Servo di Dio P. Giacomo Cusmano, Fondatore del Boccone del Povero, II: (Alla sorella Suor Vincenzina, 1881-1888), Boccone del Povero, Palermo 1952, II, 13-14.

[4] Benedetto XVI, « “Si è fatto uomo”. Udienza generale (9 gennaio 2013) », in http://www.vatican.va/content/benedict-xvi/it/audiences/2013/documents/hf_ben-xvi_aud_20130109.html.

[5] Ivi.

[6] M.T Falzone, Storia e spiritualità cusmaniana, II, 112.

[7] Ivi,113.

[8] G. Ajello (ed.), Lettere del Servo di Dio…, II, 14.

[9] P. Fazio (ed.), Lettere del Servo di Dio P. Giacomo Cusmano, Fondatore del Boccone del Povero, Nuova Raccolta, I vol., Boccone del Povero, Palermo 1970-1972, 13.

[10] G. Civiletto, «Le radici cristologiche della teologia del povero in Cusmano», in C. Bianco (ed.), Il povero, ottavo sacramento? L’epistolario di Giacomo Cusmano tra morale, spiritualità e pastorale, Dehoniane, Bologna 2014, 146.

[11] P. Fazio (ed.), Lettere del Servo di Dio…, II, 23.

[12] F.P. Filippello, Le mie Testimonianze al Tribunale della Chiesa. Notizie sulla vita e le virtù del P. Giacomo Cusmano e Documenti su la Storia del “Boccone del Povero”, Vol. II/2, Boccone del Povero, Palermo 1924-1936, II/2, 296.

[13] Ivi.

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