«Llamado a la última hora, y elevado por voluntad de Dios al sacerdocio en diciembre de 1860, sentí en el alma el deseo de consagrarme a los pobres, haciendo mías sus miserias, para aliviarlos de sus terribles sufrimientos acercándolos a Dios».
(Beato P. Giacomo Cusmano)
En la tarde del 21 de diciembre de 2024, en la iglesia parroquial de Santa Maria causa nostrae laetitiae, en la colonia Breda de Roma, Italia, el Señor manifestó una vez más su gracia y amor hacia sus hijos, concedió, en mi persona, un nuevo diácono para la Iglesia en el carisma de los Misioneros Siervos de los Pobres.
La Santa Misa fue presidida por monseñor Vincenzo Bertolone, arzobispo emérito de Catanzaro-Squillace, quien en su homilía me invitó a vivir en obediencia y humilde confianza, depositando mi voluntad en las manos de Dios para obrar según su santa voluntad; sólo así, yo, hombre débil, podré responder fielmente a cada uno de los compromisos a los que he dicho sí. Yo solo no podré hacer nada, por eso es necesario que mi vida se remita constantemente al Evangelio de Cristo, que no vino a ser servido, sino a servir, y a darnos gratuitamente su vida por amor.
En la celebración eucarística estuvieron presentes nuestro Superior General, Padre Helio Meira Augusto, el Padre André Anguyo, Vicario General, el párroco Padre Marco Santarelli, varios hermanos sacerdotes y dos presbíteros de la Diócesis de Tabasco, (Diócesis mexicana a la que pertenezco); También asistieron la Madre General de las Hermanas Siervas de los Pobres, Sor Lilia Domínguez Moreno y algunos miembros de su Consejo, muchas otras Hermanas de diferentes Institutos Religiosos y un gran número de fieles, amigos y los muchachos del grupo juvenil a quienes acompañé como catequista. La presencia de mi madre y de mi hermano mayor me hizo disfrutar aún más de la celebración y experimentar concretamente el apoyo de toda mi familia.
Este don no es mérito mío, sino pura misericordia de Dios, pues es Él quien me ha hecho llegar a este punto de mi formación sacerdotal y quien ahora me permite servir a la Iglesia para colaborar en la salvación de las almas.
Fue el mismo Señor Jesús quien nos dijo que debemos «rogar al dueño de la mies para que envíe más obreros a su mies»; ésta es la razón por la cual considero que mi llegada a este punto de la formación, en preparación al presbiterado, es una respuesta de Dios a las oraciones de tantas personas que interceden diariamente por mi vocación. A todos ellos no puedo decirles otra cosa que gracias, y pedirles que perseveren en sus oraciones para que el don del ministerio diaconal, que me ha sido concedido, pueda ejercerlo con tanta humildad, santidad y con coherencia a la vida religiosa, sin otro interés que el de servir a aquellos que el Señor pondrá delante de mí en mi camino, para colaborar en su salvación siguiendo el ejemplo de nuestro fundador el Beato Padre Giacomo Cusmano.
Al final de la Santa Misa tuvimos un momento de convivencia fraterna en la iglesia parroquial, momento en el que muchas personas queridas me expresaron sus sinceros deseos de santidad, fidelidad, felicidad y perseverancia, llenando mi corazón de alegría y amor.
Diacono Manolo Frias Silván