Basílica Vaticana – Domingo 30 de octubre de 1983
Hoy la Iglesia expresa, con las palabras del Libro de la Sabiduría, el amor con el que Dios abraza toda la creación. [Las] palabras del Libro de la Sabiduría parecen constituir como un acompañamiento especial a todo lo que la Iglesia vive en el Año de la Redención. Son una fuente de luz para nosotros mientras elevamos a la gloria de los altares a los siervos de Dios: Santiago Cusmano, Domingo del Santísimo Sacramento y Jeremías de Valaquia.
El amor de Dios por toda la creación encuentra su expresión más especial en la santificación del hombre. La Iglesia se alegra hoy precisamente por esto, es decir, porque tres de sus hijos, cooperando con la gracia de Dios, han recorrido el camino que conduce a la santidad. En este camino han sido llamados por Cristo [a amar a Dios y a los hermanos]. Este doble amor marca el camino de la perfección cristiana, recorrido por los Siervos de Dios que ahora hemos proclamado Beatos.
En primer lugar, el Beato Santiago Cusmano, médico y sacerdote. Él, para curar las heridas de la pobreza y la miseria que afligían a gran parte de la población a causa de las hambrunas y epidemias recurrentes, pero también de las desigualdades sociales, eligió el camino de la caridad: el amor a Dios que se tradujo en amor efectivo a los hermanos y en donación de sí mismo a los más necesitados y sufrientes en un servicio llevado hasta el sacrificio heroico.
Tras abrir una primera «Casa de los Pobres», inició una obra más amplia de promoción social, fundando la «Asociación del Bocado del Pobre», que fue como el grano de mostaza del que crecería una planta tan floreciente. Haciéndose pobre con los pobres, no desdeñaba mendigar por las calles de Palermo, solicitando la caridad de todos y recogiendo alimentos que luego distribuía entre los innumerables pobres que se agolpaban a su alrededor.
Su obra, como todas las obras de Dios, se encontró con dificultades que pusieron a dura prueba su voluntad, pero con su inmensa confianza en Dios y su invencible fortaleza superó todos los obstáculos, dando origen al Instituto de las «Hermanas Siervas de los Pobres» y a la «Congregación de los Misioneros Siervos de los Pobres».
Guió a sus hijos e hijas espirituales en el ejercicio de la caridad, en la fidelidad a los consejos evangélicos y en la búsqueda de la santidad. Sus reglas y cartas espirituales son documentos de una sabiduría ascética en la que se combinan la fortaleza y la dulzura. La idea central era ésta: ‘Vivir en presencia de Dios y en unión con Dios; recibir todo de las manos de Dios; hacerlo todo por puro amor y gloria de Dios’.
Este magnífico «Siervo de los pobres» murió en el ejercicio de una caridad que ardía cada vez más hasta alcanzar alturas heroicas. Al estallar un nuevo cólera en Palermo, hizo todo lo posible por estar cerca, en todo momento, de sus pobres. «Señor», repetía, “hiere al pastor y perdona al rebaño”. Su salud se resintió gravemente y, con sólo 54 años, consumó su holocausto, entregando amorosamente su alma a ese Dios cuyo nombre es Amor.
[…]
Los tres Beatos se hicieron dignos de la llamada del Señor mediante su profunda unión con Dios en la oración incesante y la perfecta adhesión a la Iglesia, fundada por el divino Maestro para dirigir, instruir y santificar a sus hijos e hijas. Los nuevos Beatos se dejaron enseñar por la Iglesia, a la que amaron y siguieron con gran docilidad, y alcanzaron así aquella cumbre de perfección y santidad, a la que Ella no cesa de apuntar y guiar a las almas.
Hoy, al elevar a Santiago, Domingo y Jeremías a la gloria de los altares como beatos, la Iglesia quiere venerar a Dios de una manera especial: dar gloria a Dios. El hombre es lo que es ante Dios; existe para ser «alabanza de su gloria» (Ef 1,14). La alabanza de Dios da sentido a la vida, ya que, como dice san Ireneo, «la gloria de Dios es el hombre vivo» (San Ireneo, Adversus haereses IV, 20, 7). Sí. Los santos hablan de la gloria del Reino de Dios. Proclaman el poder de la Redención de Cristo: el poder de la cruz y de la resurrección. Son un testimonio vivo de que el Creador y Padre ama todas las cosas existentes (cf. Sab 11, 24).
Un testimonio así debe ser ante la Iglesia el Beato Santiago Cusmano, Domingo del Santísimo Sacramento, Jeremías de Valaquia. Hoy queremos acoger este testimonio en el tesoro de santidad que la Iglesia custodia con gran veneración y gratitud. Queremos acoger el testimonio de los nuevos beatos en el año del Jubileo extraordinario, para que el legado del misterio de la Redención sea vivo y vivificante para todas las generaciones del Pueblo de Dios.
«Todo es tuyo, Señor, / amante de la vida» (cf. Sab 11,26). Amén.
(Versión completa: https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/it/homilies/1983/documents/hf_jp-ii_hom_19831030_tre-beati.html )
Oficina de Comunicación