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Diciembre

Lucha virilmente

¡Lucha virilmente! Esta frase era tan querida por S. Catalina de Siena, que la repetía continuamente.
En la letra CXXVIII, ella incita a entrar en la batalla, armados de todo poder y de toda voluntad, porque de lo contrario, si se es sorprendido, las batallas se pierden, incluso antes de que se hayan comenzado. Pero también el Apóstol exhorta a los cristianos a armarse para la lucha espiritual: fortalézcanse en el Señor omnipotente con su energía y su fuerza… pónganse la armadura de Dios, para que puedan resistir los ataques del demonio y sostener la batalla hasta el final, permaneciendo en pie, dueños del campo. ¡Permanezcan, pues, firmes! Ceñidos los costados con la verdad, defendido el pecho con la coraza de la justicia, calzados los pies… pero sobre todo con el brazo armado… (cfr. Ef 6, 10-16).

El autor de la Imitación de Cristo, inspirándose en los textos de las Escrituras, escribió: «Mientras se viva en el mundo, no podemos estar sin tribulación y tentación. Por eso en el libro de Job está escrito: La vida del hombre sobre la tierra es una lucha (Job 7,1). Por eso, cada uno debe estar atento a sus tentaciones, y velar orando, para que el diablo no encuentre la manera de engañarlo; él que nunca duerme; sino que gira y gira, buscando a quien devorar» (Imit. 1. 13. 1).

Es cierto que la tentación no perdona a nadie, ni siquiera al hombre más perfecto y santo; más aún, como asegura el ángel a Tobías, es signo de la predilección divina: «Porque eras agradable a los ojos de Dios, fue necesario que te probara con la tentación» (Tb 12, 13); por tanto, es necesaria, porque: «el reino de los cielos se conquista con la fuerza y el valor» (Mt 11,12); y «nadie recibe la corona, si antes no ha luchado como se debe» (2 Tm 2,5). Por eso Jesús, en el «Padrenuestro», nos hace pedir a Dios que nos libre, no de la tentación, sino del pecado; y no nos haga sucumbir durante la prueba.

Toda la grandeza del hombre reside en el esfuerzo que hace para dominar su enfermedad: su fuerza es la victoria sobre la debilidad. Precisamente en el humilde y sincero reconocimiento de las propias debilidades (de las que se gloria), S. Pablo siente que adquiere la fuerza y el poder, que vienen de Dios. «En cuanto a mí», él dice: «No me gloriaré más que de mis debilidades… para que habite en mí el poder de Cristo. Por eso me complazco en mis debilidades… porque cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Cor 12, 5-10).

Nuestra fuerza viene de Dios; por lo tanto, hay que tener confianza en el Señor y no temer, sabiendo que Él nunca permite que el hombre sea probado por encima de sus fuerzas, y está dispuesto a socorrerlo siempre con Su gracia, para que todo vaya bien. (1 Cor 10, 13).

En la mente de un marinero sólido, la tormenta no se representa como un peligro, sino como una serie de maniobras a realizar. Y un domador, delante de sus leones, mantiene imperturbable el dominio, y no tiembla. La tranquilidad es siempre una protección, y en sí misma es un valor.

Una tentación es siempre bienvenida, si sirve para aumentar la experiencia de lo que somos, haciendo más profunda nuestra humildad, y si, con una fuga, que es una verdadera ascensión, somos llevados al único fin de nuestra existencia. Incluso las mismas caídas (en cuanto son el precio inevitable respecto a la utilidad de la tentación) pueden beneficiarnos, y llegar a ser, en el plano de la Providencia divina, tantos peldaños que nos hacen subir a Dios; todo lo que en nosotros se convierte en punto de partida, por un esfuerzo espiritual, es una gracia. ¡Ningún miedo, pues! Cualquier miedo de nosotros mismos, cuando estamos en Dios, se convierte en miedo de Dios. ¿Tendremos nosotros miedo de nuestro Padre? Por tanto, abandonémonos en Él, no en un abandono pasivo, sino con un abandono que exalta al máximo sus virtudes activas. Abandonémonos así, y nada prevalecerá sobre nosotros.

Después de la Redención realizada por Cristo, si participamos en ella por la fe y por el amor, todo es gracia para nosotros, que debemos recibir la herencia de Adán como la de Jesús. La tentación es un medio, propuesto a nuestra aceptación virtuosa. No importa si huele a barro y corrupción original. También el estiércol de la granja, por muy repugnante que sea al olfato, puede llegar a ser un tesoro; y el granjero, de hecho, lo usa, no para revolcarse; él lo amontona y lo usa haciendo lo necesario, y después obtiene el oro de las espigas.

¡La mirada al cielo y el corazón dispuesto al sacrificio! Aquel que da la fuerza, puede vencer nuestra debilidad. Él nos da sus gracias, no para ahorrarnos la lucha, sino para ayudarnos a superarla.

Todo esto nos lo enseña, con la mayor sencillez, el padre Santiago, cuya vida es un luminoso ejemplo de fortaleza cristiana. ¡Imitémoslo fielmente! Escucha sus preciosas y santos enseñanzas y, confiando siempre en la ayuda de Dios, repite con el salmista: «El Señor es mi luz y salvación: ¿de quién temeré? Él es el protector de mi vida, ¿a quién le tendré miedo?… incluso cuando un ejército acampa contra mí, mi corazón no teme. Cuando inicie la batalla en mi contra, también entonces esperaré» (Sal 26, 1-3).

– 1 –

Toda la vida del cristiano es una lucha continua, y el alma que haya sabido combatir legítimamente será coronada…Necesita (por lo tanto) estar siempre preparada para la lucha y no dejar jamás el escudo de la fe, la coraza de la caridad, la espada de la justicia, la careta de la prudencia, el casco del santo temor de Dios, la camiseta de la rectitud y las sandalias de la seguridad.

El alma así, no se perderá jamás, nunca le faltará valor y conseguirá aquella calma que distingue a los campeones de Cristo, y se entrena a aquellos golpes maestros y virtuosos, que salvan las almas y glorifican a Dios en todas las situaciones de la vida.

– 2 –

El arte de la guerra no basta con aprenderlo sólo de teoría. Para conocerlo, verdadera y profundamente, es necesario tener también una larguísima experiencia. En la guerra, a veces, puedes salir herido; pero son las heridas las que honran y distinguen al valeroso combatiente. 

  – 3 –

Para estar mejor preparado a la lucha ayuda muchísimo que, en tiempo de paz no se deje el ejercicio de las armas. Haz como los soldados, que atrincheran el propio campo y se entrenan para conquistar el del enemigo, de manera que en la lucha contra él, no estén impreparados y para que éste no los encuentre, los sorprenda y los venza.

Por lo tanto, previene las ocasiones que, llegando al improviso, podrían vencerte, y ejercítate a vencerlas con ánimo preparado y tranquilo, y no temerás más, porque serás habituado a superarlas.

– 4 –

Observa a los comerciantes, ellos por una sola ganancia económica, no piensan en las dificultades ni dejan alguna cosa por hacer con tal de tener la mayor ganancia posible; así debes de ser tú también, más hábil para los intereses de la vida eterna.

Estate, sin embargo, siempre en actividad pacífica, sin que jamás te canses, haciendo todo por amor y nada a la fuerza

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Nosotros estamos en un gran campo de batalla y, queriendo seguir al Señor, nuestro amadísimo, necesitamos de su gran amor para superar todos los obstáculos y todas las luchas que el demonio nos lanza.
Pero, tomemos valor porque la victoria no es dudosa; y por más que aumenten los enemigos y más terrible llegue a ser la daga, tanto más debemos estar seguros de que Jesús está con nosotros. Con Él ganaremos seguramente.

 – 6 –

La naturaleza (humana) y la gracia son como dos plantas, las cuales viven una de la savia de la otra. La que logre extender su vigor primero, destruirá la vida de la otra. Por lo tanto, hay que esforzarse enteramente para que prevalezca la gracia, sin dejarse engañar por el demonio, que trata de impedir que el alma fiel alcance la verdadera vida.

– 7 –

Si la naturaleza lucha contra la gracia, hasta que la gracia triunfe sobre la naturaleza, no se deben perder. Pero el único medio para triunfar es este: amar las cosas no por sí mismas, sino por la voluntad de Dios. Así estaremos siempre alegres y siempre contentos con la voluntad divina y con todas sus adorables disposiciones, incluso cuando el corazón nos mueve la más terrible guerra.

– 8 –

Ustedes que han recibido muchas disposiciones naturales para bien acoger, custodiar y hacer crecer la gracia del Señor, resistan al demonio; no se hagan siervos de las pretensiones de vuestro corazón, al contrario, pisotéenlo; triunfen con Cristo, Nuestro liberador, y adquieran la santa libertad de los hijos de Dios, que hace inmunes de toda esclavitud y gobernar las propias pasiones.

– 9 –

 Es necesario que se esté verdaderamente en Dios y se confíe en Él, si queremos tener la fortuna de cooperar a las obras de Su gloria, que el demonio intenta trastornar, utilizando todos los medios.

– 10 –

Recorran el Antiguo Testamento, lean la vida de los Patriarcas, herederos de las promesas de Dios, y encontraran constantemente que ellos fueron el objetivo de todas las aspiraciones diabólicas; pero su fe y el estar siempre delante de Dios los hizo triunfar de todo y de todos, y las mismas tentaciones del demonio sirvieron para hacer cumplir los designios de la Providencia.

– 11 –

Miren al Santo de los Santos, a nuestro amable Jesús, al prometido Mesías, al esperado de todas las gentes, contra el cual eran dirigidos los dardos del enemigo infernal, y verán cómo más feroz se hace esta lucha. De la concepción a la muerte, Él fue el signo verdadero, donde miraba toda la ira del mundo, del infierno y de la carne, hasta morir como un malhechor, sobre la cruz. Pero el resultado fue la gloria de Dios y la salud de las almas.

– 12 –

Recorran todo el período (de tiempo) que va desde Jesús hasta nuestros días; lean la vida de todos los verdaderos seguidores de Jesucristo, los santos, ¡y verán que se repite siempre el mismo espectáculo! …

¿Queremos estar con Jesús? Entonces debemos encontrar sus dolores y sus persecuciones, pero estando con Él y obrando en Dios; todo mal se transformará en bien, toda pérdida en triunfo y toda destrucción en edificio.

– 13 –

En la severidad, no debemos dejarnos llevar por la ira, sino dejarnos guiar por la justicia de Dios.

En la dulzura, no debemos dejarnos arrastrar por nuestras inclinaciones y por el afecto a las criaturas, sino que debe dirigirnos el amor del Corazón de Jesús.
Estando siempre con Dios, todo estará bien.

– 14 –

Es bueno que se conozca la táctica del enemigo. El demonio busca confundirnos y extraviarnos, quitando de nuestra mirada el ejemplo luminoso de Jesús; nos impulsa a confiar en nuestras fuerzas y no en la ayuda de Dios; introduce en nuestro corazón la ira y el odio, en lugar de la paz y del amor, la agitación y la sospecha, en lugar de la calma y de la sencillez; trata de mostrarnos su fea cara para que no veamos la de Dios.

– 15 –

El demonio quiere engañarnos a toda costa para que nos perdamos y nos equivoquemos en el camino correcto, pero no lo logrará. Pensemos que él es inválido porque está condenado, y no puede nada sin el permiso de Dios, el cual es para nosotros: Padre, esposo, amante, amigo, protector, todo.

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Pero les advierto una cosa: el demonio por si mismo no puede hacernos nunca nada; pero como es malvado, atrae nuestros sentidos (que Dios nos ha dado para servirle) y, con sus halagos y los engaños del placer, los hace servir al amor propio (que tiene sede en el corazón), el cual, así servido, se hincha y ya no ve a Dios. ¡Pobre Adán! Miró la manzana y creyó que al saborearlo sería semejante a Dios; engañado lo saboreó … ¡y perdió todo lo que podía ganar! …

– 17 –

¡Hijos míos, nunca le crean al demonio! Es el padre de la mentira y usa, como ya se los he dicho, los halagos del placer, de la propia satisfacción y del propio talento, para arrojarnos perdidamente en todo dolor, en toda privación, en toda esclavitud. En cambio, crean en Jesús, nuestra vida, el cual, ofreciéndonos la cruz, nos promete y nos da la vida.

– 18 –

Esten almas siempre en guardia, porque el demonio feo, para engañar y perder las, se finge y se muestra como ángel de luz, suscitando pensamientos de piedad y de falso celo. Velen, pues, y oren al Señor, para que no permita jamás que el demonio se vuelva devoto en nuestra casa. Si hay que luchar contra él, es preferible verlo con cuernos y no con el manto y la capucha.

– 19 –

En las tribulaciones nunca debemos perdernos. Sirven para desvelarnos el horror de nuestro corazón y para abrirnos el abismo de nuestras miserias, para que, humillados en nuestra nulidad, recurramos a Dios, en el espíritu de la oración, implorando su ayuda.

– 20 –

Dios nos quiere suyos a toda costa, por eso, por medio de pruebas industriosas nos arrebata violentamente de las cosas sensibles para atraernos a Él suavemente. Además, queriendo formar nuestro espíritu para todas las pruebas, quiere que nuestra confianza en Él se multiplique con los obstáculos que, a nuestra vista, se interponen para impedir las obras mismas de Su gloria.

– 21 –

Cuando se encuentran angustias y sufrimientos es necesario, por amor a Jesucristo, hacer prueba de virtud, procurando vencerlas por amor a Dios, el cual nunca deja de socorrer a los que esperan en él, siendo pacientes y estando unidos a Su adorable voluntad.

Si la prueba aumenta, si los enemigos se apresuran y se desatan con mayor ímpetu y ferocidad, es señal de que Dios está más cerca: ciertamente no duplicarían sus esfuerzos para vencer a un enemigo débil; si los multiplican, es señal de que ven en nosotros una fuerza mayor, y esto sólo puede venir de Dios. Por tanto, Dios está con nosotros, más aún, nos es más íntimo que el nuestro íntimo: Él nos custodiará y nos defenderá.

– 22 –

Todo coopera bien para las almas elegidas. El mundo, con todas las malicias del diablo que lo guía, no podrá hacer nada; lo ve todo al revés, por consiguiente, no hace más que cumplir los designios de Dios, por mucho que se esfuerce por arruinarlos y destruirlos.

Teniendo contigo a Jesucristo, no temas al demonio. Él está bajo los pies de Jesús y es impotente para dañar a las almas que Él prefiere, aunque las ataca con sus terribles tentaciones, las cuales no sirven sino para corroborar las almas en la gracia, para educarlas en las gloriosas batallas, y para hacerlas crecer en la fidelidad, en la caridad y en todas las virtudes.

– 23 –

La bestia (el demonio) trabaja siempre: en la calma y en la tempestad: sabemos, en efecto, cómo, en los momentos de calma para la Iglesia, utiliza las tentaciones de relajamiento y de perdida de fervor, para las cuales las comunidades más consolidadas y antiguas (a veces) fallan en el espíritu, y se alejan del propósito de su fundación, hasta que el Señor permite las feroces persecuciones para reavivarlas con las pruebas. Entonces, si el fervor de la primera fundación no está sostenido por la constante perseverancia en la santa observancia, no se puede sostener y vencer el obstáculo de la lucha, que el demonio pone para impedir su desarrollo.

– 24 –

Francisco de Sales duró siete años en su penosa misión, pero, después de esta larga paciencia, el Señor lo premió. También nosotros albergamos la esperanza de que el Señor nos conceda el mismo espíritu, y acepte nuestro sacrificio para vencer al demonio, que nos asedia, y tenga la suerte de ver cumplida la misión de su gloria y de la salud de las almas.

– 25 –

Hijo mío, esta vida es útil para la vida eterna, porque, en las alternancias de las caídas y del levantarse, del amor y del temor, nuestra alma se despoja de sus imperfecciones y se encuentra cada vez más unida al Señor … ¡No tienes que confundirte! El buen piloto no es aquel que no encuentra nunca la tempestad, sino aquel que, cuando ésta azota, sabe guiar bien la nave; y si, no obstante, la su destreza y diligencia, la nave, golpeada por la furia de los vientos y de las olas, sufre daños, él no ha fallado y merece siempre la alabanza de valiente piloto.

 – 26 –

Nos sucede a nosotros, como a veces a los viandantes, equivocar el camino; por esto no hay más remedio que volver sobre nuestros propios pasos, para volver a trazar el camino conocido, que seguramente conduce a la meta.

Dios, sin embargo, que todo lo ve, nunca exige a las almas más de la justa medida, y siendo Padre de misericordia no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Más aún, mitiga el viento para el cordero rasurado, y lo cubre de lana para protegerlo de la nieve; y es a título de nuestra miseria, que extiende su sobreabundante misericordia.

– 27 –

A menudo permite el mal para obtener el bien, porque es necesaria para todas las almas el conocimiento de la propia miseria, para que puedan comprender el gran tesoro de la misericordia de Dios: Este doble conocimiento es necesario para que el alma se dirija realmente hacia el sendero de la salud.

– 28 –

Por tanto, trabaja con constancia invencible; que crezca siempre pacíficamente tu empeño a medida que se multiplican los obstáculos. Estos no hacen más que aumentar la energía del alma fiel y amante, y sólo sirven para hacerla cada vez más pura y nítida delante de Dios.

– 29 –

Si el grano de trigo no se pone bajo tierra y no se mortifica, no puede dar la espiga, fecunda de mies abundante… ¡Oración y valor, y lograremos todo! Los días se preceden, pero no se parecen. Después de la tormenta viene el sereno y la calma.

Las pruebas de la fe y de la caridad, que vencerás, te harán gigante ante la majestad de Dios, y te harán digno de realizar las obras de Su gloria en la tierra.

– 30 –

¡No será coronado, sino quien haya combatido legítimamente! Por lo tanto, saquemos los espantapájaros y las debilidades de nuestro corazón, y juremos que queremos morir por Aquel que murió por nosotros. ¿Qué otra alegría puede desear nuestro corazón, aparte de sufrir y morir por Jesús?

– 31 –

El triunfo de un alma contra la tentación no sólo es gozo y consuelo del pobre guía, que lleva el celo de Dios por su salud, sino que es aún un grandísimo gozo en todo el Paraíso, porque en ellas triunfa Jesucristo, y su preciosa sangre es glorificada.

¡Viva Dios que usa tanta misericordia a nuestras pobres almas! Viva la sangre preciosa de Jesucristo, que se derrama sobre ellas. Viva la Madre santísima, que las protege así, y viva aún el alma, que sabe luchar y vencer.

Pero, ya que es más provechoso conservar una victoria, te exhorto a conservar estas misericordias divinas, y te bendigo en el Señor.