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¿Cuánto de lo que has dicho se ha comprendido?

Muy a menudo he fallado en la comunicación. He experimentado una gran humillación, dolor, frustración, pero esto me ha ayudado a comprender mejor mi forma de comunicarme y a estar más atento a la hora de escuchar.

Lo primero que hay que comprobar es cuánto de lo que uno dice es realmente entendido por los demás. Porque puedo ser una persona muy preparada, puedo tener las ideas claras sobre el contenido a transmitir, puedo tener un programa excelente para la situación que tengo que tratar, pero si no encuentro el modo de expresión adecuado, todo mi conocimiento puede no llegar al corazón del interlocutor. Todo quedaría en bellas palabras, vacías del poder necesario para cambiar al oyente.

Pero, ¿qué significa realmente entender? Significa absorber lo que la otra persona me transmite e incluirlo de forma natural en mi propio acervo de conocimientos, independientemente de que pueda compartir lo dicho.

De hecho, ¿qué ocurre cuando hablas con una persona por primera vez? Generalmente, uno trata de ilustrar su propio pensamiento y la otra persona intenta seleccionar los temas más cercanos a su sensibilidad, sin escuchar el corazón que anima la conversación. Así, tiende a interrumpir el proceso natural de escucha, comprensión y respuesta, y superpone su propia opinión sobre el tema. En este caso no es bueno insistir en explicar las propias convicciones, el eje se desplazaría a «quién de los dos tiene razón » y la conversación se convertiría en una discusión estéril.

Por eso, si queremos hablar con los demás y que nos entiendan, debemos plantearnos el problema de cómo transmitir la información, el mensaje: cómo comunicar.

Y para hacerlo bien, lo primero es saber tomar notas: es un ejercicio de síntesis indispensable que permite destacar las palabras clave de un amplio discurso, y condensar la información en un concepto fácilmente entendible para todos.

Cuando nos dirigimos a un colega o a un conocido, también estamos llamados a observar el lenguaje corporal, para entender si hay participación o distracción, o indulgencia debido al rol que desempeño … en resumen, la autenticidad de la escucha y la respuesta. Además de comprobar la correspondencia que puede haber entre nuestro lenguaje verbal y nuestro lenguaje corporal, para identificar los puntos fuertes o débiles de nuestra comunicación: los dos lenguajes no pueden ser contradictorios, de lo contrario nuestra comunicación será ineficaz y no persuasiva.

Cuando se nos pide que comuniquemos a nivel personal, o con un grupo, o en una reunión, no es tan importante que termine lo que tengo que decir, como que se compruebe la curiosidad, el interés que consigo despertar. Cada uno tiene su propia manera de descubrir y madurar.

Este proceso rara vez se considera en su totalidad y ciertamente se subestima por varias razones. La primera es que es más fácil aprender de memoria y repetir todo de forma casi «aséptica». Esto no es comunicación, es una repetición mecánica. La segunda: además de la pereza de examinar el propio modo de expresión para mejorarlo, está sin duda el miedo a no estar a la altura de la situación, el llamado “pánico escénico”.

Veamos, entonces, qué nos puede ayudar:

1° Aprendamos primero a mostrarnos a los demás tal y como somos y a vivir con autenticidad: seguro que seremos incisivos y, por qué no, quizá originales y atractivos.

2° La correspondencia entre el pensamiento y la palabra es fundamental para que lo que digo sea creíble.

3° La comunicación auténtica requiere pasión, deseo. No se puede improvisar y no se puede «levantar el vuelo» sin transporte, ni llegar al corazón sin un sentimiento genuino que lo anime.

4° Sin amor no se puede conocer nada: sólo lo que se conoce por amor nos transforma, nos revitaliza, nos hace crecer y ser mejores.

Como la carbonara, también la comunicación necesita ingredientes de calidad: un excelente queso pecorino DOP, un guanciale de calidad, huevos auténticos, pimienta de Cayena, corresponden a elementos indispensables para un modo de expresión «sabroso». Suponiendo que uno conozca los ingredientes y los seleccione con cuidado, para que el producto sea realmente de calidad, también hay que saber dosificarlos y amalgamarlos: ahí está la labor del cocinero/comunicador, que puede potenciar o desperdiciar lo que tiene a su disposición. Esto me parece un ejemplo apropiado…

En la producción de vídeo y cine, asistimos al cambio de época de lo analógico a lo digital. ¡¡¡Cuando la «cinta magnética» dio paso a los programas de edición digital, simplificando el trabajo y haciéndolo «doméstico» a través del PC, se produjo una auténtica revolución!!! Poco a poco, mi generación pensó que por fin se libraría del estudio y de los editores que cada vez hacían más difícil su delicado servicio. Yo también he decidido aprender. En aquella época, Apple tenía un programa, FINAL CUT, con el que di el salto para hacerme autónomo. La fase inicial fue esclarecedora en varios aspectos: comprendí muchas cosas sobre el proceso de edición, la creatividad que se estimula al ponerlo en marcha, el amplio abanico de opciones posibles, el desarrollo de la obra según las coordenadas de mi imaginación, así como, la fatiga de aprender «un sistema» que estaba muy alejado de mi experiencia. Pero también fue útil reflexionar sobre la relación con mis colaboradores.

Intentaba editar vídeos durante días enteros y de vez en cuando mi PC se bloqueaba. Entonces recurrí a los «consejos» de la generación más joven, a mi hijo Matteo, que parecía haber recibido clases de informática ya en el vientre materno y por eso le llamaba a menudo.  Se presentaba y me decía: «¿Qué te ha pasado?». Una mirada curiosa y atenta al PC y al cabo de un rato exclamaría con maestría: «Ah sí, pero es fácil…» Y resolvía el problema. Pasaban al menos otras dos o tres horas y se volvía a congelar, y de nuevo llamaba a Matteo y me decía: «Papá, todavía no has entendido… ¡muévete un poco!». Maniobraba por algunos segundos y luego concluía: “No se necesita tanto” “es fácil”, y se marchaba. 

No podía entenderme a mí mismo, me sentía tonto, sentía una gran frustración. Pensé en llamar a un técnico para evitar la humillación. Pero no estaba a tiempo de pensar que una vez más el PC se congelaría. Intentaba «saltar» el paso del aprendizaje, con el esfuerzo que requiere. Y me sirvió de lección para no tener nunca un trato seguro con nadie por las habilidades adquiridas: los que se esfuerzan por aprender pueden sentirse incómodos si los que tienen que enseñar no tienen una actitud paciente y respetuosa. Cada persona tiene sus propios tiempos de aprendizaje y hay que ponerla en la mejor posición para aprender, sin miedo a ser juzgada. Me he dado cuenta de que no hay cosas fáciles y cosas difíciles, sino que hay cosas que puedo hacer y cosas que no puedo hacer. No tengo que sustituirme ni presentarme como un modelo: una vez aprendidas las reglas básicas y escuchados los consejos de los que tienen experiencia, cada uno tiene que seguir su propio camino, entre fracasos y logros.

Me gusta concluir con una frase del gran Luigi Pirandello, tomada de la obra «El hombre de la flor en la boca». Básicamente, es una sugerencia para tomar la vida en nuestras manos y dejarla pasar por medio de nosotros para disfrutarla al máximo:

«Pero hay, estos días, ciertos albaricoques buenos… ¿Cómo se comen? Con todo y cascara, ¿es verdad? Se parten por la mitad: se presionan con dos dedos, por la parte larga, como dos labios que se chupan… Ah, qué delicia…

Pruebe a repetir este gesto con dos dedos y pruebe un buen albaricoque.

P.D. No es necesario decírselo a todo el mundo.

Massimo Illardo

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